1 Corintios 1,10

"Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio."
1 Corintios 1,10

Cristianismo

El Cristianismo es la religión fundada por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.
Los cristianos —discípulos de Cristo— se incorporan por el bautismo a la comunidad visible de salvación, que recibe el nombre de Iglesia.

¿Qué entendemos por Cristianismo?

Entendemos por Cristianismo la religión fundada por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. La persona y las enseñanzas de Jesús son las bases sobre las que se asienta la religión cristiana. Los cristianos consideran a Jesucristo su Redentor y su Maestro: le reconocen como su Dios y Señor y se adhieren a su doctrina.En una hora precisa del tiempo y en lugar determinado de la tierra, el Hijo de Dios se hizo hombre e irrumpió en la historia humana.
El lugar de nacimiento de Jesús fue Belén de Judá; la hora, cuando reinaba en Judea Herodes el Grande y Quirino era gobernador de Siria, bajo la autoridad suprema del emperador de Roma, César Augusto (cfr. Mt II, 1; Le II, 1-2).
La vida de Cristo entre los hombres se prolongó hasta otro momento de la historia, bien preciso también: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo tuvieron lugar en Jerusalén, a partir del día 14 del mes de Nisán del año 30 de la Era cristiana. Caifás desempeñaba el cargo de Sumo Sacerdote, gobernaba Judea el «procurador» Poncio Pilato y reinaba en Roma el emperador Tiberio.

Conocer a Jesucristo

Jesucristo se presentó a sí mismo como el Cristo, el Mesías anunciado por los Profetas y esperado ansiosamente por el Pueblo de Israel. En Cesárea de Filipo, ante la diversidad de opiniones que corrían sobre su persona, el Señor preguntó a los Apóstoles:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
La respuesta de Pedro fue rotunda: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Jesús no sólo no enmendó en un ápice estas palabras, sino que las confirmó de modo inequívoco: «No te han revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos» (cfr. Mt XVI, 13-17).

En la noche de la Pasión, ante los príncipes de los sacerdotes y todo el Sanedrín, Jesús declararía abiertamente que era el Hijo de Dios, el Mesías. A la solemne pregunta del Sumo Sacerdote, la suprema autoridad religiosa de Israel: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?», Jesús respondió: «Yo soy» (Me XIV, 61-62).
«Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (lo I, 10). Estas palabras del capítulo primero del Evangelio de San Juan anuncian el drama del rechazo del Salvador por parte del Pueblo elegido. Dominaba en éste por aquel tiempo una concepción político-nacional acerca del esperado Mesías, al que se consideraba como un caudillo terrenal que habría de libertar la nación del yugo de los opresores romanos y restaurar en todo su esplendor el Reino de Israel.
Jesús no respondía a esta imagen, porque su Reino no era de este mundo (cfr. lo XVIII, 36).
Por eso no fue reconocido, sino rechazado por los jefes del pueblo y condenado a morir en la Cruz.

Los milagros obrados por Jesús durante los años de su vida pública constituyen el refrendo de su Mesianidad y confirmaron la doctrina que anunciaba. Esas razones, unidas a la personalidad incomparable del Señor, motivaron decisivamente la adhesión de sus discípulos, y en primer término de los doce Apóstoles. Una adhesión todavía defectuosa al principio, por parte de hombres que compartían muchos de los prejuicios de sus contemporáneos; unos hombres cuya mentalidad les hacía difícil comprender la verdadera naturaleza de la misión redentora de Jesús, lo que explica el tremendo desconcierto que les causó la Pasión y Muerte de su Maestro.

La Resurrección de Jesucristo es el dogma central del Cristianismo y constituye la prueba decisiva de la verdad de su doctrina. «Si Cristo no resucitó —escribió San Pablo—, vana es nuestra predicación y vana es vuestra fe» (I Cor XV, 14).
La realidad de la Resurrección —tan lejos de las expectativas de los Apóstoles y los discípulos— se les impuso a éstos con el argumento irrebatible de la evidencia: «pero Cristo ha resucitado y ha venido a ser como las primicias de los difuntos» (I Cor XV, 20; cfr. Le XXIV, 27-44; lo XX, 24-28).
Desde entonces los Apóstoles se presentarían a sí mismos como «testigos» de Jesucristo resucitado
(cfr. Act II, 22; III, 15), lo anunciarían por el mundo entero y resellarían su testimonio con la propia sangre.

Los discípulos de Jesucristo reconocieron su divinidad, creyeron en la eficacia redentora de su Muerte y recibieron la plenitud de la Revelación, transmitida por el Maestro y recogida por la Escritura y la Tradición.


El nacimiento de la Iglesia

Pero Jesucristo no sólo fundó una religión —el Cristianismo—, sino también una Iglesia. La Iglesia —el nuevo Pueblo de Dios— fue constituida bajo la forma de una comunidad visible de salvación, a la que se incorporan los hombres por el bautismo. La Iglesia está cimentada sobre el Apóstol Pedro, a quien Cristo prometió el Primado —«y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt XVI, 18)— y se lo confirmó y confirió después de la Resurrección: «apacienta mis corderos», «apacienta mis ovejas» (cfr. lo XXI, 15-17).
La Iglesia de Jesucristo existirá hasta el fin de los tiempos, mientras perdure el mundo y haya hombres sobre la tierra: «y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt XVI, 18).
La constitución de la Iglesia se consumó el día de Pentecostés, y a partir de entonces comienza propiamente su historia.

Fuente: José Orlandis
(Historia de la Iglesia)

Antiguo testamento

Para el pueblo judío, el Antiguo Testamento (La Ley) era todo. Era al mismo tiempo la manifestación de la voluntad de Dios y la expresión de su propia cultura e historia. Era su poema nacional. En la Ley, los judíos pensaban encontrar la vida (Dt 10,13; Jn 5,39).
Para nosotros no es lo mismo. Tenemos también el Nuevo Testamento. No se trata de dos alianzas, dos testamentos, que tienen la misma importancia. Para nosotros no basta decir: «Está escrito en la Biblia». Tenemos que preguntarnos siempre:
«Esta enseñanza ¿se encuentra en el Antiguo o en el Nuevo Testamento?»

Nosotros, en realidad, pertenecemos al Nuevo Testamento y no al Antiguo.

¿Entonces, para nosotros no vale el Antiguo Testamento?
Y si tiene algún sentido también para nosotros, ¿cuál es?

Pues bien, tratando de contestar a estas preguntas:

El Antiguo Testamento (La Ley) representa una superación con respecto a las costumbres y religiones de la época. Cada vez que Dios interviene, lo hace para elevar al hombre. Por lo tanto, toda la acción de Dios en favor de su pueblo, fue para transformar sus costumbres en una obra de continua educación.
Los escritos del Antiguo Testamento son un reflejo de esta actividad educadora de Dios. Expresan la pedagogía de Dios.
Tomemos el ejemplo de La Ley del Talión (Lev 24,17-22), que parece tan bárbara. Esta no quiere inculcar, como norma, la Ley de la venganza, sino limitar el impulso de hacer al adversario un daño desproporcionado al perjuicio recibido. Si uno recibió una bofetada, está tentado de contestar con una puñalada; si le levantaron un falso testimonio, está dispuesto a matar, etc. La Ley del Talión dice:
«Tú, a lo sumo, puedes hacer al adversario el mismo daño que él te hizo a ti. Si le haces un daño más grande, tienes que responder por ello».

Otro ejemplo. ¿Cuántos dioses hay? Un solo Dios, contesta el Antiguo Testamento.


Es una superación con relación a la mentalidad general de aquella época en que se admitían varios dioses. Pero al mismo tiempo, el Antiguo Testamento es inferior al Nuevo Testamento. En realidad el Nuevo Testamento enseña que no sólo no hay que hacer al adversario un daño más grande del que se recibió, sino que hay que perdonarle y amarlo, imitando a Dios (Mt 5,38-48, Lc 6,27-31). Por lo que se refiere a la verdad sobre Dios, con el Nuevo Testamento se aclara que se trata del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son un solo Dios.

Para cualquier problema, hay que preguntarse: « ¿Qué dice el Nuevo Testamento? ».

El Nuevo Testamento interioriza y supera al Antiguo. Hemos visto cómo de por sí el Antiguo Testamento es una superación de la mentalidad y las costumbres de la época. Por ejemplo, los antiguos pensaban que había dos clases de personas, animales y cosas: las que pertenecían a Dios, que eran sagradas, y las que no le pertenecían, que eran profanas.
Las primeras eran consideradas puras o santas; las otras consideradas impuras, es decir que llevaban alguna mancha, algún pecado, en el sentido de que no podían servir para el culto.

El Antiguo Testamento (La Ley) tomó esta manera de pensar (Lev 8: consagración de los sacerdotes; Lev 11: distinción entre animales puros e impuros, ver nota en la Biblia Latinoamericana; Lev 4: pecados por ignorancia; etc.) y trató de profundizar el concepto de pecado, aclarando que no se trata de algo puramente casual (Is 1,16) o relacionado con el culto.
Con el Nuevo Testamento se aclara definitivamente que lo que hace impuro al hombre no es nada exterior, sino lo que sale del corazón (Mc 7,1-23).

Lo mismo por lo que se refiere a la sexualidad. Muchos pueblos primitivos ya rodeaban de respeto todo lo relacionado con el origen de la vida.
El Antiguo Testamento, mediante ciertos ritos de purificación, indica el sentido sagrado de todo lo que se refiere al sexo (Lev 12,1-8; Lev 15,1-33).
Con el Nuevo Testamento todo se interioriza al tomar conciencia de nuestra dignidad como hijos de Dios y presentar nuestro cuerpo como templo del Espíritu Santo. Ya no se trata de ritos de purificación, sino de luchar por tener una vida santa, evitando toda inmoralidad sexual (Ef 5, 3). El amor entre los esposos encuentra en el amor entre Cristo y su Iglesia su modelo perfecto (Ef 5,22-33).
Llegando a este punto de madurez espiritual, ya caen todas las normas del Antiguo Testamento que se refieren al respeto que se le debe a la mujer, evitando relaciones sexuales durante la menstruación o después de haber dado a luz (Lev 12), etc.

«El cristiano maduro no necesita normas específicas para solucionar estos problemas. Dejándose guiar por la ley del amor, encuentra la solución para cualquier problema

He aquí otro ejemplo de superación e interiorización del Nuevo Testamento con relación al Antiguo Testamento:
Todos los pueblos antiguos tenían ciertos lugares consagrados al culto. El Antiguo Testamento acepta esta idea y la supera. Efectivamente el Templo de Jerusalén era no sólo un centro cultual, sino también de maduración (profetas) e irradiación de la fe en el verdadero Dios.
Pero llega el Nuevo Testamento y pone en segundo término todo lo que es material. Lo que se necesita para adorar verdaderamente a Dios, es el poder del Espíritu Santo que nos permite conocerlo y servirlo según la verdad (Jn 4,21-24).

Para entender mejor este aspecto, es suficiente leer Mt 5,20-48 donde se ve cómo Cristo vino a traer una ley más perfecta, que interioriza y supera la antigua. En este sentido hay que ver Mt 5,19, que parece aceptar todo el Antiguo Testamento. Hay que aceptarlo, pero visto a la luz del Nuevo Testamento, interiorizado y perfeccionado. Así como es, la Ley del Antiguo Testamento no sirve para nosotros.
Es más, teniendo el Nuevo Testamento, lo tenemos todo, puesto que todo lo valioso del Antiguo Testamento se encuentra en el Nuevo Testamento, ya interiorizado y perfeccionado. Es distinta nuestra situación a la de los que vivieron antes de Cristo o durante el tiempo en que vivió Jesús. Entonces existía solamente el Antiguo Testamento.

Por eso Jesús les enseñaba a vivirlo de una forma nueva, que corresponde al Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento era una forma de religión provisoria para educar la conciencia del pueblo de Dios hasta que llegara Cristo (Gál 3,23-26).
La Ley del Antiguo Testamento se parece a una sirvienta que tiene poder sobre el niño solamente durante el camino para llegar al maestro. Al llegar al maestro, la sirvienta ya no tiene ningún poder sobre el niño. Pues bien, el maestro es Cristo. Él, como un Nuevo Moisés, da una nueva ley
(Mt 5,1ss).

El Antiguo Testamento presenta las sombras de la realidad que es Cristo Jesús (Mt 11,13; Col 2,17; Heb 10,1; Jn 3,14-15; Jn 6,49 ss). Los sacrificios, las ofrendas, el sumo sacerdote, el maná, la serpiente del desierto, el mismo Moisés, gran caudillo y legislador... todo era sombra de la realidad, que es Cristo. Él es el nuevo Moisés que da origen a un nuevo pueblo, mediante una Nueva Alianza, sellada con su sangre. Para los miembros de este nuevo pueblo, él «es el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Bajo este aspecto, el Antiguo Testamento ayuda para entender mejor el Nuevo Testamento. La Ley del Antiguo Testamento obligaba específicamente a los judíos que vivieron antes de Cristo. Al convertirse a Cristo, el judío ya no está obligado a cumplir toda la ley de Moisés, igual que nosotros que no somos judíos (Rom 3,28-31; Hech 15,10; Ef 2,15; Gál 4,4-5; Rom 7,4; Heb 10,9).
Lo que salva es la fe en Cristo Jesús.

La ley de Moisés en su totalidad fue solamente para el pueblo Judío y antes de la llegada de Cristo. Para nosotros, lo que vale es la ley de Cristo, contenida en el Nuevo Testamento en forma plena. Los que creen en Cristo, no deben volver a la observación de la ley del Antiguo Testamento(Gál 5, 1-6) y en especial a la circuncisión (Gál 5,3), al sábado (Col 2, 16) y a los alimentos prohibidos (Col 2,21; Rom 14,16-21; 1Tim 4,3-5).
El cristiano es un hombre maduro. Se deja guiar por el Espíritu que lo hace profundamente libre(Rom 8,15).

"Sabe que el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino justicia, gozo y alegría en el Espíritu Santo"
(Rom 14,17).


Conclusión:
Hay que evitar las discusiones inútiles a propósito de la Ley (Ti 3,9). El estudio que hacemos, no es para pelear, sino para ver qué dice la Biblia sobre el sentido del Antiguo Testamento y no dejarnos confundir por gente que quiere enseñarnos cosas inútiles, distrayendo nuestra atención de Cristo. «La verdad los hará libres» (Jn 8,32), dijo Jesús. Por eso, queremos conocer de veras la Biblia, sin miedo a la verdad. Claro que si alguien por ignorancia se fijó en ciertos aspectos del Antiguo Testamento, sin saber lo que dice el Nuevo, ahora se encuentra en un verdadero problema. Que reconozca sinceramente que se había equivocado y volverá a encontrar la paz. En este sentido, el hecho de profundizar el sentido del Antiguo Testamento puede sernos de mucha utilidad no sólo para sostenernos en nuestra fe, sino también para ayudar a ciertos hermanos extraviados, que con un poco de orientación y buena voluntad puedan regresar al camino verdadero. Como se ve, no rechazamos el Antiguo Testamento, sino que lo ponemos en su lugar. En realidad, aceptamos los dos testamentos o Alianzas como Palabra de Dios, que contiene el plan de Salvación para toda la humanidad. Lo que queremos subrayar, es el hecho que en el Nuevo Testamento se encuentra la plenitud de la verdad, mientras que el Antiguo Testamento representa una preparación y contiene muchos elementos caducos. De todos modos, para una auténtica vida cristiana, es muy útil también el Antiguo Testamento, puesto que allá se descubre la pedagogía de Dios para formar a su pueblo, se encuentran oraciones sublimes (los salmos) y se ofrecen grandes testimonios de entrega a Dios (profetas y hombres piadosos), aunque reflejan ciertas limitaciones propias del Antiguo Testamento.

Padre Nuestro -Original en Arameo- (Parte II)

(Viene de Padre Nuestro -Original en Arameo- (Parte I))
LAS SIETE PETICIONES

¿Cómo está compuesta la oración del Señor? (CEC 2803-2806; 2857)

La oración del Señor contiene siete peticiones a Dios Padre. Las tres primeras, más teologales, nos atraen hacia Él, para su gloria, pues lo propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos. Estas tres súplicas sugieren lo que, en particular, debemos pedirle: la santificación de su Nombre, la venida de su Reino y la realización de su voluntad. Las cuatro últimas peticiones presentan al Padre de misericordia nuestras miserias y nuestras esperanzas: le piden que nos alimente, que nos perdone, que nos defienda ante la tentación y nos libre del Maligno.

¿Qué significa “Santificado sea tu Nombre”? (CEC 2807-2812; 2858)

Santificar el Nombre de Dios es, ante todo, una alabanza que reconoce a Dios como Santo. En efecto, Dios ha revelado su santo Nombre a Moisés, y ha querido que su pueblo le fuese consagrado como una nación santa en la que Él habita.

¿Cómo se santifica el Nombre de Dios en nosotros y en el mundo? (CEC 2813-2815)

Santificar el Nombre de Dios, que “nos llama a la santidad” (1Ts 4, 7), es desear que la consagración bautismal vivifique toda nuestra vida. Asimismo, es pedir que, con nuestra vida y nuestra oración, el Nombre de Dios sea conocido y bendecido por todos los hombres.

¿Qué pide la Iglesia cuando suplica “Venga a nosotros tu Reino”? (CEC 2816-2821; 2859)

La Iglesia invoca la venida final del Reino de Dios, mediante el retorno de Cristo en la gloria. Pero la Iglesia ora también para que el Reino de Dios crezca aquí ya desde ahora, gracias a la santificación de los hombres en el Espíritu y al compromiso de éstos al servicio de la justicia y de la paz, según las Bienaventuranzas. Esta petición es el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 20).

¿Por qué pedimos “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”? (CEC 2822-2827; 2860)

La voluntad del Padre es que “todos los hombres se salven” (1Tm 2, 4). Para esto ha venido Jesús: para cumplir perfectamente la Voluntad salvífica del Padre. Nosotros pedimos a Dios Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo, a ejemplo de María Santísima y de los santos. Le pedimos que su benevolente designio se realice plenamente sobre la tierra, como se ha realizado en el cielo. Por la oración, podemos “distinguir cuál es la voluntad de Dios” (Rm 12, 2), y obtener “constancia para cumplirla” (Hb 10, 36).

¿Cuál es el sentido de la petición “Danos hoy nuestro pan de cada día”? (CEC 2828-2834; 2861)

Al pedir a Dios, con el confiado abandono de los hijos, el alimento cotidiano necesario a cada cual para su subsistencia, reconocemos hasta qué punto Dios Padre es bueno, más allá de toda bondad. Le pedimos también la gracia de saber obrar, de modo que la justicia y la solidaridad permitan que la abundancia de los unos cubra las necesidades de los otros.

¿Cuál es el sentido específicamente cristiano de esta petición? (CEC 2835-2837; 2861)

Puesto que “no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4), la petición sobre el pan cotidiano se refiere igualmente al hambre de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, recibido en la Eucaristía, así como al hambre del Espíritu Santo. Lo pedimos, con una confianza absoluta, para hoy, el hoy de Dios: y esto se nos concede, sobre todo, en la Eucaristía, que anticipa el banquete del Reino venidero.

¿Por qué decimos “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? (CEC 2838-2839; 2862)

Al pedir a Dios Padre que nos perdone, nos reconocemos ante Él pecadores; pero confesamos, al mismo tiempo, su misericordia, porque, en su Hijo y mediante los sacramentos, “obtenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14). Ahora bien, nuestra petición será atendida a condición de que nosotros, antes, hayamos, por nuestra parte, perdonado.

¿Cómo es posible el perdón? (CEC 2840-2845; 2862)

La misericordia penetra en nuestros corazones solamente si también nosotros sabemos perdonar, incluso a nuestros enemigos. Aunque para el hombre parece imposible cumplir con esta exigencia, el corazón que se entrega al Espíritu Santo puede, a ejemplo de Cristo, amar hasta el extremo de la caridad, cambiar la herida en compasión, transformar la ofensa en intercesión. El perdón participa de la misericordia divina, y es una cumbre de la oración cristiana.

¿Qué significa “No nos dejes caer en la tentación”? (CEC 2846-2849; 2863)

Pedimos a Dios Padre que no nos deje solos y a merced de la tentación. Pedimos al Espíritu saber discernir, por una parte, entre la prueba, que nos hace crecer en el bien, y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte; y, por otra parte, entre ser tentado y consentir en la tentación. Esta petición nos une a Jesús, que ha vencido la tentación con su oración. Pedimos la gracia de la vigilancia y de la perseverancia final.

¿Por qué concluimos suplicando “Y líbranos del mal”? (CEC 2850-2854; 2864)

El mal designa la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es “el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9). La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por Cristo; pero nosotros oramos a fin de que la familia humana sea liberada de Satanás y de sus obras. Pedimos también el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo, que nos librará definitivamente del Maligno.

¿Qué significa el “Amén” final? (CEC 2855-2856; 2865)

“Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea”, lo que contiene la oración que Dios nos enseñó”

(San Cirilo de Jerusalén).

Padre Nuestro -Original en Arameo- (Parte I)

La oración del Padre Nuestro es única ya que N.S. Jesucristo nos enseña a llamar a Dios ,Padre, y pues es claro que desde el principio la Iglesia a sido la guardiana de preservar todas las verdades reveladas por Dios.
Actualmente anda circulando en muchas partes versiones "alternativas" del Padre Nuestro, que tienen influencias de New Age, budismo, yoga y panteismo, que no tiene nada que ver con la verdadera traducción del Arameo al Griego, Latin y posteriormente a todos los demás idiomas, piensan que el decir una mentira muchas veces lo convertirá en verdad, pero no es así.
Supuestamente en una piedra de marmol blanca hallada en el huerto de los Olivos se encontró la verdadera traducción, que difiere de la original consignada en los Evangelios y que solo en su imaginación gnóstica y del new age existe, porque he tratado de buscar y corroborarlo y pues no hay datos ni pruebas reales, mas que un mito que se ha propagado por los medios esotéricos, pero que no tiene que ver con la verdadera oración del Señor.
Yo me pregunto dónde esta la dichosa piedra de marmol con el Padre Nuestro que dicen los de la New Age.

Pensemos lo siguiente, N.S. Jesucristo habló y predicó en arameo, fue la lengua en que seguramente pronunció esta oración, y cuando se empezó a difundir el Evangelio fue en Griego la lengua común del Mediterraneo.
El Evangelio se propagó por todo el mundo principalmente en Griego y Latín, idiomas que eran considerados de uso común, culto y universal por el mundo conocido en esa época situandonos en el siglo I d.C. durante el apogeo del Imperio Romano, ahora bien las traducciones que devinieron del Arameo-Griego-Latín, forzosamente se tuvieron que adaptar a otros idiomas y giros linguisticos, de filología y de sintaxis se vio adaptada en cada ocasión que se tradujo de Griego y Latin a otros idiomas, y para los que conocen de linguistica histórica, por eso hay pequeñas variantes que pareciera que se alejan de la interpretación original, pero es cuando las traducciones a otros idiomas no expresan la riqueza y toda la complejidad que una palabra en Griego ó Latin puede expresar a diferencia del Español, Ingles o cualquier otro idioma, finalmente nuestra versión castellana actual, reformada en la década del '90, por ejemplo al cambiar "deudas"(debita), que era literal del latín pero que en nuestros idiomas no tiene el amplio sentido que tiene en latín, por "ofensas", que se parece mucho al sentido latino de la palabra, y más todavía, al sentido de la palabra griega original. Lamentablemente, en los idiomas modernos es imposible expresar en una sola frase el doble sentido del último verso. En latín (malum)*, lo mismo que en griego (ponerós), la palabra que traducimos como "líbranos del 'mal'" quiere decir también 'El Malo', es decir, el Demonio, por lo que la frase dice -simultáneamente- "líbranos del mal" y "líbranos del Maligno":

En cuanto a la oración misma, la versión en Lucas 11,2-4, dada por Cristo en respuesta a la solicitud de sus discípulos, difiere en algunos detalles menores de la forma introducida por San Mateo (6,9-15) en medio del Sermón de la Montaña, pero claramente se ve que no existe razón alguna por la cual estas dos ocasiones deban ser consideradas como idénticas. Sería casi inevitable que si Cristo les enseñó esta oración a sus discípulos, tendría que haberla repetido más de una vez. Parece probable, a partir de la forma en que aparece el Padre Nuestro en la "Didajé",o "Liturgia de los Apostoles"(70 d.C.) que la versión en San Mateo fue la que adoptó la Iglesia desde el principio con fines litúrgicos. Nuevamente, no se le puede atribuir gran importancia a las semejanzas encontradas entre las peticiones de la oración del Señor y aquellas encontradas en oraciones de origen judío que se usaban en tiempos de Cristo. Ciertamente, no hay razón para tratar la fórmula cristiana como un plagio, pues en primer lugar las semejanzas son más bien parciales y, en segundo lugar, no tenemos una evidencia satisfactoria de que las oraciones judías hayan sido realmente de fecha anterior.

En la liturgia de la Iglesia, el Padre Nuestro ocupa un lugar preeminente, San Jerónimo afirmó (Adv. Pelag, III, 15) que "nuestro Señor mismo enseñó a sus discípulos que diariamente en el sacrificio de su cuerpo ellos deberían enfatizar el decir "Padre Nuestro..., etc". San Gregorio le otorgó al Padre Nuestro su lugar actual inmediatamente después del Canon y antes de la fracción, y era una antigua costumbre que toda la asamblea debía responder con las palabras "Sed libera nos a malo". En las liturgias griegas, un lector recita el Padre Nuestro en voz alta mientras que el sacerdote y la gente lo repiten en silencio. Además, en el rito del bautismo, el rezo del Padre Nuestro ha sido desde los primeros tiempos un rasgo relevante, y en el Oficio Divino aparece repetidamente además de ser recitado tanto al principio como al final.

Cabe resaltar que el texto más antiguo encontrado y conservado del "Padre Nuestro" es en Griego y esta a resguardo de la Iglesia Católica en la Biblioteca Vaticana, se trata del Papiro Bodmer XIV-XV o tambien conocido como P75 y es del Evangelio de Lucas y data de principios del siglo III d.C.

Veamos ahora que dicen el Evangelio según San Mateo (Mt 6,7-13):

7 Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles,

que se figuran que por su palabrería van a ser
escuchados.
8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe
lo que necesitáis antes de pedírselo.
9 «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás
en los cielos, santificado sea tu Nombre;
10 venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la
tierra como en el cielo.
11 Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
12 y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
hemos perdonado a nuestros deudores;
13 y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del
mal.

Y según San Lucas (Lc 11,2-4):

2 El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre,
santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
3 danos cada día nuestro pan cotidiano,
4 y perdónanos nuestros pecados porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y
no nos dejes caer en tentación.»


En estos textos esta basado la oración del Señor o Padre Nuestro, veamos ahora algunas precisiones en cuanto idiomas.

LA ORACIÓN DEL SEÑOR: PADRE NUESTRO


Padre nuestro (Español)

Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoynuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

Pater Noster (Latín)

Pater noster qui es in caelis:
sanctificetur Nomen Tuum;
adveniat Regnum Tuum;
fiat voluntas Tua,
sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum
quotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos
dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a Malo. Amen

Πάτερ ἡμῶν (Griego)

Πάτερ ἡμῶν ὁ ἐν τοῖς οὐρανοῖς,
ἁγιασθήτω τὸ ὄνομά σου•
ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου•
γενηθήτω τὸ θέλημά σου,
ὡς ἐν οὐρανῷ καὶ ἐπὶ τῆς γῆς•
τὸν ἄρτον ἡμῶν τὸν ἐπιούσιον δὸς ἡμῖν σήμερον
καὶ ἄφες ἡμῖν τὰ ὀφειλήματα ἡμῶν, ,
ὡς καὶ ἡμεῖς ἀφίεμεν τοῖς ὀφειλέταις ἡμῶν•
καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν,
ἀλλὰ ῥῦσαι ἡμᾶς ἀπὸ τοῦ πονηροῦ.

Doxologia en griego
[Ὅτι σοῦ ἐστιν ἡ βασιλεία καὶ ἡ δύναμις καὶ ἡ δόξα εἰς τοὺς αἰῶνας•]
ἀμήν.

Padre Nuestro Transliterado del Griego

Páter hemón, ho en tois ouranoís
hagiastheto to ónomá sou
eltheto he basileía sou
genitheto to thélemá sou
hos en uranói, kai epí tes ges
ton arton hemón ton epiousion dos hemín sémeron
kai aphes hemín ta opheilémata hemón
hos kai hemeís aphíemen tois opheiletais hemón
kai me eisenenkeis hemás eis peirasmón
allá rhusai hemás apó tou poneroú

Doxología transliterada

[Hoti sou estin he basileía, kai he dynamis, kai he doxa eis tous aionas],
amén

····························
Vale la pena resaltar del Catecismo de la Iglesia Católica(CEC) para profundizar sobre esto mismo

¿Cuál es el origen de la oración del Padre nuestro?
(Catecismo de la Iglesia Católica= CEC 2759-2760; 2773)

Jesús nos enseñó esta insustituible oración cristiana, el Padre nuestro, un día en el que un discípulo, al verle orar, le rogó: “Maestro, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). La tradición litúrgica de la Iglesia siempre ha usado el texto de San Mateo (6, 9-13).

“LA SÍNTESIS DE TODO EL EVANGELIO”


¿Qué lugar ocupa el Padre nuestro en las Escrituras? (CEC2761-2764; 2774)

El Padre nuestro es “el resumen de todo el Evangelio” (Tertuliano); “es la más perfecta de todas las oraciones” (Santo Tomás de Aquino). Situado en el centro del Sermón de la Montaña (Mt 5-7), recoge en forma de oración el contenido esencial del Evangelio.

¿Por qué se le llama “la oración del Señor”? (CEC 2765-2766; 2775)

Al Padre nuestro se le llama “Oración dominical, es decir “la oración del Señor”, porque nos la enseñó el mismo Jesús, nuestro Señor.

¿Qué lugar ocupa el Padre nuestro en la oración de la Iglesia? (CEC 2767-2772; 2776)

Oración por excelencia de la Iglesia, el Padre nuestro es “entregado” en el Bautismo, para manifestar el nacimiento nuevo a la vida divina de los hijos de Dios. La Eucaristía revela el sentido pleno del Padre nuestro, puesto que sus peticiones, fundándose en el misterio de la salvación ya realizado, serán plenamente atendidas con la Segunda venida del Señor. El Padre nuestro es parte integrante de la Liturgia de las Horas.

“PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO”


¿Por qué podemos acercarnos al Padre con plena confianza?
(CEC 2777-2778; 2797)

Podemos acercarnos al Padre con plena confianza, porque Jesús, nuestro Redentor, nos introduce en la presencia del Padre, y su Espíritu hace de nosotros hijos de Dios. Por ello, podemos rezar el Padre nuestro con confianza sencilla y filial, gozosa seguridad y humilde audacia, con la certeza de ser amados y escuchados.

¿Cómo es posible invocar a Dios como “Padre”? (CEC2779-2785; 2789; 2798-2800)

Podemos invocar a Dios como “Padre”, porque el Hijo de Dios hecho hombre nos lo ha revelado, y su Espíritu nos lo hace conocer. La invocación del Padre nos hace entrar en su misterio con asombro siempre nuevo, y despierta en nosotros el deseo de un comportamiento filial. Por consiguiente, con la oración del Señor, somos conscientes de ser hijos del Padre en el Hijo.

¿Por qué decimos Padre “nuestro”? (CEC 2786-2790; 2801)

“Nuestro” expresa una relación con Dios totalmente nueva. Cuando oramos al Padre, lo adoramos y lo glorificamos con el Hijo y el Espíritu. En Cristo, nosotros somos su pueblo, y Él es nuestro Dios, ahora y por siempre. Decimos, de hecho, Padre “nuestro”, porque la Iglesia de Cristo es la comunión de una multitud de hermanos, que tienen “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).

¿Con qué espíritu de comunión y de misión nos dirigimos a Dios como Padre “nuestro”? (CEC 2791-2793; 2801)

Dado que el Padre nuestro es un bien común de los bautizados, éstos sienten la urgente llamada a participar en la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos. Rezar el Padre nuestro es orar con todos los hombres y en favor de la entera humanidad, a fin de que todos conozcan al único y verdadero Dios y se reúnan en la unidad.

¿Qué significa la expresión “que estás en el cielo”? (CEC 2794-2796; 2802)

La expresión bíblica “cielo” no indica un lugar sino un modo de ser: Dios está más allá y por encima de todo; la expresión designa la majestad, la santidad de Dios, y también su presencia en el corazón de los justos. El cielo, o la Casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia la que tendemos en la esperanza, mientras nos encontramos aún en la tierra. Vivimos ya en esta patria, donde nuestra “vida está oculta con Cristo en Dios” (Col 3, 3).


(Continua en Padre Nuestro -Original en Arameo- (Parte II))

La gracia (Parte II)

(Viene de La Gracia (ParteI))
Gracias sacramentales: 
Son las gracias específicas de cada Sacramento. Por ejemplo, en la Confesión la fuerza para evitar los pecados que confesamos. En la Confirmación: la fuerza para ser portadores del mensaje de Cristo.

Gracias de estado: 
Las específicas para cumplir las funciones a las que Dios nos ha llamado. Por ejemplo: los profesores para enseñar, los alumnos para estudiar, los padres de familia para educar a sus hijos.

¿Qué diferencia hay entre Gracia de estado y estado de Gracia?
Hay que vivir en estado de Gracia: mantener, cuidar y aumentar la vida de Dios en nuestra alma. Quien peca mortalmente pierde el estado de Gracia. Quien vive pecando venialmente, debilita el estado de Gracia y corre el riesgo de debilitarlo tanto que lo pierde con un pecado mortal.

Pero ¿por qué creen ustedes que es tan importante mantenerse en estado de Gracia y hacer crecer la Vida de Dios en uno?Tenemos que recordar para qué fuimos creados. No fuimos creados para esta vida aquí en la tierra. Esto es un paso. Lo importante es lo que nos espera allá.

¿Qué creen ustedes que sucede después de la muerte? ¿Se acaba todo?
El cuerpo se descompone, pues está sin vida, al separase el alma de éste en el momento de la muerte. Pero el alma, que no muere, pues es inmortal, es juzgada en el mismo momento de ocurrir la muerte, en lo que se llama el juicio particular. Es como una radiografía instantánea de la vida de la persona, por la cual el alma sabe, reconoce sin duda alguna y acepta sin oponerse, qué destino le corresponde: Cielo, Infierno o Purgatorio.

¿Qué es el Cielo?
El Cielo es el fin para la cual fuimos creados, pues Dios desea comunicarnos su completa y perfecta felicidad. Y esa felicidad no es sólo plena, sino además es eterna, es decir, para siempre.
Es imposible describir el Cielo con nuestra mente y palabras limitadas. Hasta San Pablo, quien según sus escritos pudo vislumbrar el Cielo, nos dice que “oyó palabras que no se pueden decir: cosas que el hombre no sabría expresar ... ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le aman” (2a. Cor.12, 2-4 y 1a. Cor. 2,9).

¿Qué es el Purgatorio?
Es un estado de purificación, porque para llegar al Cielo hay que estar totalmente purificado de todo pecado y de toda mancha dejada por el pecado.
El Purgatorio es como aquella agua con cloro en que ponemos una ropa blanca que ya está limpia, pero que tiene una mancha que no sale. Así son las manchas dejadas por el pecado, aún por el pecado confesado. Puede compararse también al relleno que hay que hacerle a una pared después de extraerle un clavo. El clavo (el pecado) ya no está, pero dejó una marca que hay que tapar. De las opciones que tenemos para después de la muerte, el Purgatorio es la única que no es eterna. Las almas que llegan al Purgatorio están ya salvadas, permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente. El Purgatorio es un dogma de fe, es decir, de obligatoria creencia por parte de todo cristiano. Pero no es un invento: a pesar de no aparecer la palabra “purgatorio” en la Biblia, la realidad de lo que significa este término está bien expresada en la Palabra de Dios. Por ejemplo, en 2 Macabeos 12, 41-40. Además, es un regalo de la misericordia grandísima de Dios.

Imaginemos por un momento si fuera cierto lo que creen la mayoría de los hermanos Protestantes: que las únicas dos opciones son sólo Cielo o Infierno.

¿Quién se salvaría?
Las almas que llegan al Purgatorio ya están salvadas: no pueden ir al Infierno. La única opción posterior que tienen es el Cielo.
Sin embargo, la purificación en el Purgatorio es “dolorosa”. La Biblia nos habla también de “fuego” al referirse a esta etapa de purificación. “La obra de cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer ... El fuego probará la obra de cada cual... se salvará, pero como quien pasa por fuego” (1a. Cor. 2, 13-15). Tal vez la pena más dolorosa de la etapa de purgatorio sea la tardanza en poder disfrutar de la gloria de Dios. En el momento en que el alma se separa del cuerpo y se desprende de los lazos de la tierra se siente irresistiblemente atraída por el Amor Infinito de Dios. Por consiguiente, el retraso en poder gozar de la “Visión Beatífica” causa un dolor incomparable a cualquier dolor de la tierra.

¿Qué es el Infierno?
Del Infierno casi no se habla. Hay errores graves muy difundidos: unos creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que allí no va nadie, aduciendo que Dios es infinitamente bueno, pero olvidándose de que también es infinitamente justo y que los seres humanos somos grandes pecadores. Se olvidan también que el mismo Jesucristo nos habló en varias ocasiones sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos y que El mismo describió cómo es el Infierno. “Los malvados... los arrojará en el horno ardiente. Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt. 13, 42). “Y a ese servidor inútil échenlo en la oscuridad de allá afuera: allí habrá llanto y desesperación” (Mt.25,30). “Malditos: aléjense de Mí, al fuego eterno” (Mt. 25, 41). De hecho, el Infierno es de creencia obligatoria para los Católicos. Es de los dogmas de fe que presenta mayor número de textos de la Sagrada Escritura. Allí aparece con diferentes nombres (abismo, horno de fuego, fuego eterno, lugar de tormentos, lugar de tinieblas , gehena, muerte segunda, fuego inextinguible, etc.).
La más horrenda de las penas del Infierno es la pérdida definitiva y para siempre del fin para el cual hemos sido creados los seres humanos: la posesión y el gozo de Dios, viéndolo “cara a cara".

¿Cómo puede alguien condenarse?
La Voluntad de Dios es que todos los hombres lleguen a disfrutar de la Visión Beatífica. Dios no predestina a nadie al Infierno. Para que alguien se condene es necesario que tenga un alejamiento voluntario de Dios o una aversión voluntaria a El, un enfrentamiento o una rebeldía contra El y, además, que persista en esa actitud hasta el momento de la muerte (cfr. CIC #1037). Hemos nacido y vivimos en esta tierra para pasar de esta vida a la eternidad. Y allí habrá o “Vida Eterna” en el Cielo, al que podemos llegar directamente o pasando antes por un tiempo de purificación en el Purgatorio ... o habrá “muerte eterna” en el Infierno.

¿Además del Juicio Particular, habrá otro juicio?
Sí. El momento de la Segunda Venida de Cristo, todos resucitaremos, y tendrá lugar el llamado Juicio Final o Juicio Universal. (cf. Mt. 25, 31-46) Por ello cada vez que rezamos el Credo recordamos este artículo de fe cristiana: “(Jesucristo) vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”. El Juicio Final será la ratificación de la sentencia del Juicio Particular: los condenados seguirán en el Infierno, ahora, en cuerpo y alma. Lo mismo los salvados: seguirán en el Cielo, ahora en cuerpos gloriosos (resucitados). ¿Y los que están en el Purgatorio? Ya resucitados, pasarán al Cielo gloriosos en cuerpo y alma.

¿Qué sucederá después de la resurrección y del Juicio Universal?
El día del Juicio Final cerrará la existencia como la conocemos, cambiará todo totalmente. Ya no habrá más Purgatorio, pues la etapa de purificación habrá culminado y los purificados pasarán al Cielo, a la Jerusalén Celestial. Entonces habrá solamente Cielo para los salvados e Infierno para los condenados.
La Sagrada Escritura nos habla de “cielos nuevos y tierra nueva” y de “Jerusalén Celestial” (Ap. 21). El mundo actual como lo conocemos será profundamente purificado, transformado y renovado. Los cielos nuevos y tierra nueva estarán adaptados, en forma desconocida e inimaginable para nosotros, a nuestro nuevo estado de personas resucitadas en cuerpo y alma gloriosos, quienes viviremos en este nuevo estado para el resto del tiempo. Y el “resto del tiempo” será también transformado, pues ya no habrá tiempo, sino eternidad.
En la Vida Eterna en la Jerusalén Celestial moraremos con Dios y en Dios, y Dios morará con nosotros, en lo que será la felicidad perfecta y eterna... para siempre, siempre, siempre.

LA GRACIA (Parte I)

¿Además del cuerpo, de qué otras cosas está dotado el ser humano?
Los seres humanos tenemos una vida corporal y una vida espiritual: estamos dotados de cuerpo y alma.

¿Qué es el alma?
Los seres humanos pensamos y podemos tomar decisiones. Eso es el alma: entendimiento para pensar y voluntad dotada de libertad para optar por una cosa u otra, y por el bien o por el mal.

Pero los seres humanos tenemos la posibilidad de tener una vida que nos eleva aún más. ¿Cuál es esa vida?
Es la Vida de Dios en nosotros. Eso se llama Gracia. Así que, siguiendo a San Pablo (1 Ts. 5, 23) y para entender mejor lo que vamos a tratar, la Gracia, vamos a distinguir en el ser humano: cuerpo, alma y espíritu:
Cuerpo: lo físico
Alma: entendimiento y voluntad.
Espíritu: la Vida de Dios en la persona.

¿Cuándo se pierde la vida del cuerpo?
Cuando la persona muere. ¿Qué muere el cuerpo, el alma o ambos? Muere el cuerpo. El alma no muere, porque es inmortal. El alma continúa viviendo, en espera de reunirse con el cuerpo en la resurrección final.

Pero … ¿cuándo se pierde la Vida Espiritual, la Vida de Dios, la Gracia?
Al pecar gravemente, al cometer un pecado mortal, se muere la vida espiritual, se pierde la gracia, perdemos la Vida de Dios.

¿Alguien recuerda una parábola de Jesús sobre la Vid y las ramas?
Cita y texto:
Jn. 15, 5-6“Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, pero sin Mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en Mí lo tiran y se seca, como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman”.
Nosotros vivimos en la ciudad, pero aún en los apartamentos, podemos ver las plantas en las jardineras y en los potes.

¿Qué sucede a las hojas y ramas que están separadas de la planta, del tallo?
Se secan, se mueren y las echan fuera. Pero las hojas que permanecen unidas al tallo, siguen con vida. A eso se refiere en Señor cuando dice que tenemos que permanecer en El, pues sin El nada podemos hacer. Un alma que se separa de Dios por el pecado mortal es como esa rama o esa hoja que se separa de su mata. Esas hojas y ramas secas no tienen remedio: ya no se pueden volver a pegar a la planta.

¿Y nosotros? ¿Tenemos remedio una vez separados del tronco que es Cristo? ¿Cuál es nuestro remedio?

El arrepentimiento (¡mejor el arrepentimiento perfecto!) de nuestros pecados y la Confesión.

Vamos a tratar de dar una definición de lo que es la Gracia:


La Gracia Santificante.
La Gracia es la Vida de Dios en el alma de un ser humano. Es la ayuda sobrenatural y gratuita que Dios nos da para poder llegar a El en el Cielo, para gozar de esa felicidad eterna para lo cual nos creó. Esto significa que: la Gracia es un don, un regalo, y como tal, no lo merecemos. La Gracia tiene una finalidad sobrenatural, que es el obtener la felicidad eterna en el Cielo. ¿Cuándo recibimos la Gracia Santificante? En el Bautismo.

¿Debemos quedarnos sólo con la cantidad de Gracia que recibimos en nuestro Bautismo?
La Gracia recibida en el Bautismo debe aumentarse siempre, porque quien no avanza se estanca y termina por retroceder en la Vida de la Gracia.

¿Cómo se aumenta la Gracia Santificante?
  • Directamente: Con los Sacramentos: Confesión y Comunión.
  • Indirectamente, disponiéndonos a recibirla y según esa disposición: Con la oración. Con la lectura y reflexión de la Palabrade Dios. Con la aceptación cristiana del sufrimiento. Con las buenas obras. Amor a Dios: Dios primero que todo. Amor al prójimo: ayudarlo, servirlo, perdonarlo. Estudio de las cosas de Dios. Evangelizando: llevando el mensaje de Cristo.
¿Cómo disminuye la Gracia Santificante?
Con los pecado veniales se debilita la Gracia.

¿Cómo se pierde la Gracia Santificante?
Con el pecado mortal, el cual expulsa a Dios de nuestra alma y nos separamos de El.

¿Cómo se restaura la Gracia Santificante?
Con la Confesión, comenzando con el arrepentimiento, pero cumpliendo las otras condiciones de la Confesión.
¿Cuáles son? Examen de conciencia, arrepentimiento, propósito de enmienda, confesión y cumplir la penitencia.

(Continúa en La gracia (Parte II))