1 Corintios 1,10

"Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio."
1 Corintios 1,10

Antiguo testamento

Para el pueblo judío, el Antiguo Testamento (La Ley) era todo. Era al mismo tiempo la manifestación de la voluntad de Dios y la expresión de su propia cultura e historia. Era su poema nacional. En la Ley, los judíos pensaban encontrar la vida (Dt 10,13; Jn 5,39).
Para nosotros no es lo mismo. Tenemos también el Nuevo Testamento. No se trata de dos alianzas, dos testamentos, que tienen la misma importancia. Para nosotros no basta decir: «Está escrito en la Biblia». Tenemos que preguntarnos siempre:
«Esta enseñanza ¿se encuentra en el Antiguo o en el Nuevo Testamento?»

Nosotros, en realidad, pertenecemos al Nuevo Testamento y no al Antiguo.

¿Entonces, para nosotros no vale el Antiguo Testamento?
Y si tiene algún sentido también para nosotros, ¿cuál es?

Pues bien, tratando de contestar a estas preguntas:

El Antiguo Testamento (La Ley) representa una superación con respecto a las costumbres y religiones de la época. Cada vez que Dios interviene, lo hace para elevar al hombre. Por lo tanto, toda la acción de Dios en favor de su pueblo, fue para transformar sus costumbres en una obra de continua educación.
Los escritos del Antiguo Testamento son un reflejo de esta actividad educadora de Dios. Expresan la pedagogía de Dios.
Tomemos el ejemplo de La Ley del Talión (Lev 24,17-22), que parece tan bárbara. Esta no quiere inculcar, como norma, la Ley de la venganza, sino limitar el impulso de hacer al adversario un daño desproporcionado al perjuicio recibido. Si uno recibió una bofetada, está tentado de contestar con una puñalada; si le levantaron un falso testimonio, está dispuesto a matar, etc. La Ley del Talión dice:
«Tú, a lo sumo, puedes hacer al adversario el mismo daño que él te hizo a ti. Si le haces un daño más grande, tienes que responder por ello».

Otro ejemplo. ¿Cuántos dioses hay? Un solo Dios, contesta el Antiguo Testamento.


Es una superación con relación a la mentalidad general de aquella época en que se admitían varios dioses. Pero al mismo tiempo, el Antiguo Testamento es inferior al Nuevo Testamento. En realidad el Nuevo Testamento enseña que no sólo no hay que hacer al adversario un daño más grande del que se recibió, sino que hay que perdonarle y amarlo, imitando a Dios (Mt 5,38-48, Lc 6,27-31). Por lo que se refiere a la verdad sobre Dios, con el Nuevo Testamento se aclara que se trata del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son un solo Dios.

Para cualquier problema, hay que preguntarse: « ¿Qué dice el Nuevo Testamento? ».

El Nuevo Testamento interioriza y supera al Antiguo. Hemos visto cómo de por sí el Antiguo Testamento es una superación de la mentalidad y las costumbres de la época. Por ejemplo, los antiguos pensaban que había dos clases de personas, animales y cosas: las que pertenecían a Dios, que eran sagradas, y las que no le pertenecían, que eran profanas.
Las primeras eran consideradas puras o santas; las otras consideradas impuras, es decir que llevaban alguna mancha, algún pecado, en el sentido de que no podían servir para el culto.

El Antiguo Testamento (La Ley) tomó esta manera de pensar (Lev 8: consagración de los sacerdotes; Lev 11: distinción entre animales puros e impuros, ver nota en la Biblia Latinoamericana; Lev 4: pecados por ignorancia; etc.) y trató de profundizar el concepto de pecado, aclarando que no se trata de algo puramente casual (Is 1,16) o relacionado con el culto.
Con el Nuevo Testamento se aclara definitivamente que lo que hace impuro al hombre no es nada exterior, sino lo que sale del corazón (Mc 7,1-23).

Lo mismo por lo que se refiere a la sexualidad. Muchos pueblos primitivos ya rodeaban de respeto todo lo relacionado con el origen de la vida.
El Antiguo Testamento, mediante ciertos ritos de purificación, indica el sentido sagrado de todo lo que se refiere al sexo (Lev 12,1-8; Lev 15,1-33).
Con el Nuevo Testamento todo se interioriza al tomar conciencia de nuestra dignidad como hijos de Dios y presentar nuestro cuerpo como templo del Espíritu Santo. Ya no se trata de ritos de purificación, sino de luchar por tener una vida santa, evitando toda inmoralidad sexual (Ef 5, 3). El amor entre los esposos encuentra en el amor entre Cristo y su Iglesia su modelo perfecto (Ef 5,22-33).
Llegando a este punto de madurez espiritual, ya caen todas las normas del Antiguo Testamento que se refieren al respeto que se le debe a la mujer, evitando relaciones sexuales durante la menstruación o después de haber dado a luz (Lev 12), etc.

«El cristiano maduro no necesita normas específicas para solucionar estos problemas. Dejándose guiar por la ley del amor, encuentra la solución para cualquier problema

He aquí otro ejemplo de superación e interiorización del Nuevo Testamento con relación al Antiguo Testamento:
Todos los pueblos antiguos tenían ciertos lugares consagrados al culto. El Antiguo Testamento acepta esta idea y la supera. Efectivamente el Templo de Jerusalén era no sólo un centro cultual, sino también de maduración (profetas) e irradiación de la fe en el verdadero Dios.
Pero llega el Nuevo Testamento y pone en segundo término todo lo que es material. Lo que se necesita para adorar verdaderamente a Dios, es el poder del Espíritu Santo que nos permite conocerlo y servirlo según la verdad (Jn 4,21-24).

Para entender mejor este aspecto, es suficiente leer Mt 5,20-48 donde se ve cómo Cristo vino a traer una ley más perfecta, que interioriza y supera la antigua. En este sentido hay que ver Mt 5,19, que parece aceptar todo el Antiguo Testamento. Hay que aceptarlo, pero visto a la luz del Nuevo Testamento, interiorizado y perfeccionado. Así como es, la Ley del Antiguo Testamento no sirve para nosotros.
Es más, teniendo el Nuevo Testamento, lo tenemos todo, puesto que todo lo valioso del Antiguo Testamento se encuentra en el Nuevo Testamento, ya interiorizado y perfeccionado. Es distinta nuestra situación a la de los que vivieron antes de Cristo o durante el tiempo en que vivió Jesús. Entonces existía solamente el Antiguo Testamento.

Por eso Jesús les enseñaba a vivirlo de una forma nueva, que corresponde al Nuevo Testamento.
El Antiguo Testamento era una forma de religión provisoria para educar la conciencia del pueblo de Dios hasta que llegara Cristo (Gál 3,23-26).
La Ley del Antiguo Testamento se parece a una sirvienta que tiene poder sobre el niño solamente durante el camino para llegar al maestro. Al llegar al maestro, la sirvienta ya no tiene ningún poder sobre el niño. Pues bien, el maestro es Cristo. Él, como un Nuevo Moisés, da una nueva ley
(Mt 5,1ss).

El Antiguo Testamento presenta las sombras de la realidad que es Cristo Jesús (Mt 11,13; Col 2,17; Heb 10,1; Jn 3,14-15; Jn 6,49 ss). Los sacrificios, las ofrendas, el sumo sacerdote, el maná, la serpiente del desierto, el mismo Moisés, gran caudillo y legislador... todo era sombra de la realidad, que es Cristo. Él es el nuevo Moisés que da origen a un nuevo pueblo, mediante una Nueva Alianza, sellada con su sangre. Para los miembros de este nuevo pueblo, él «es el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Bajo este aspecto, el Antiguo Testamento ayuda para entender mejor el Nuevo Testamento. La Ley del Antiguo Testamento obligaba específicamente a los judíos que vivieron antes de Cristo. Al convertirse a Cristo, el judío ya no está obligado a cumplir toda la ley de Moisés, igual que nosotros que no somos judíos (Rom 3,28-31; Hech 15,10; Ef 2,15; Gál 4,4-5; Rom 7,4; Heb 10,9).
Lo que salva es la fe en Cristo Jesús.

La ley de Moisés en su totalidad fue solamente para el pueblo Judío y antes de la llegada de Cristo. Para nosotros, lo que vale es la ley de Cristo, contenida en el Nuevo Testamento en forma plena. Los que creen en Cristo, no deben volver a la observación de la ley del Antiguo Testamento(Gál 5, 1-6) y en especial a la circuncisión (Gál 5,3), al sábado (Col 2, 16) y a los alimentos prohibidos (Col 2,21; Rom 14,16-21; 1Tim 4,3-5).
El cristiano es un hombre maduro. Se deja guiar por el Espíritu que lo hace profundamente libre(Rom 8,15).

"Sabe que el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino justicia, gozo y alegría en el Espíritu Santo"
(Rom 14,17).


Conclusión:
Hay que evitar las discusiones inútiles a propósito de la Ley (Ti 3,9). El estudio que hacemos, no es para pelear, sino para ver qué dice la Biblia sobre el sentido del Antiguo Testamento y no dejarnos confundir por gente que quiere enseñarnos cosas inútiles, distrayendo nuestra atención de Cristo. «La verdad los hará libres» (Jn 8,32), dijo Jesús. Por eso, queremos conocer de veras la Biblia, sin miedo a la verdad. Claro que si alguien por ignorancia se fijó en ciertos aspectos del Antiguo Testamento, sin saber lo que dice el Nuevo, ahora se encuentra en un verdadero problema. Que reconozca sinceramente que se había equivocado y volverá a encontrar la paz. En este sentido, el hecho de profundizar el sentido del Antiguo Testamento puede sernos de mucha utilidad no sólo para sostenernos en nuestra fe, sino también para ayudar a ciertos hermanos extraviados, que con un poco de orientación y buena voluntad puedan regresar al camino verdadero. Como se ve, no rechazamos el Antiguo Testamento, sino que lo ponemos en su lugar. En realidad, aceptamos los dos testamentos o Alianzas como Palabra de Dios, que contiene el plan de Salvación para toda la humanidad. Lo que queremos subrayar, es el hecho que en el Nuevo Testamento se encuentra la plenitud de la verdad, mientras que el Antiguo Testamento representa una preparación y contiene muchos elementos caducos. De todos modos, para una auténtica vida cristiana, es muy útil también el Antiguo Testamento, puesto que allá se descubre la pedagogía de Dios para formar a su pueblo, se encuentran oraciones sublimes (los salmos) y se ofrecen grandes testimonios de entrega a Dios (profetas y hombres piadosos), aunque reflejan ciertas limitaciones propias del Antiguo Testamento.

No hay comentarios: